viernes, 5 de diciembre de 2008

El miedo - Neale

Toda mi vida me he sentido profundamente frustrado por la inhabilidad del mundo para permitirme amar a cada persona exactamente de la manera que he deseado hacerlo.
Cuando era joven, no debía hablar con extraños ni decir cosas inapropiadas. Recuerdo que en una ocasión, cuando caminaba por la calle con mi padre, nos encontramos a un hombre pobre, que pedía monedas. De inmediato sentí lástima por el hombre y deseé darle algunos centavos que tenía en el bolsillo. Mi padre lo evitó y me hizo seguir adelante. “Basura”, dijo. “Es sólo basura”. Así etiquetaba mi padre a las personas que no vivían de acuerdo con sus definiciones de lo que significaba ser humanos de valor.
Después, recuerdo una experiencia de mi hermano mayor, que ya no vivía con nosotros y que no le permitieron entrar en la casa en Nochebuena, debido a una discusión que había tenido con mi padre. Yo amaba a mi hermano y deseaba que estuviera con nosotros esa noche, pero mi padre lo detuvo en el pórtico y le prohibió entrar en la casa. Mi madre estaba desvastada (era su hijo de un matrimonio anterior) y yo estaba simplemente perplejo. ¿Por qué no podíamos amar o querer a mi hermano en Nochebuena, simplemente debido a una discusión?
¿Qué clase de desacuerdo podía ser tan malo, que se le permitiera arruinar la Navidad, cuando incluso las guerras se suspendían durante una tregua de 24 horas? Mi pequeño corazón de siete años suplicaba saberlo.
Cuando crecí, aprendí que no era sólo la ira la que evitaba que el amor fluyera, sino también el temor. Por ese motivo no debíamos hablar con los extraños, pero no sólo cuando éramos niños indefensos, sino también siendo personas adultas. Aprendí que no era correcto conocer y saludar en forma abierta y gustosa a las personas extrañas y que debían seguirse ciertas reglas de etiqueta con las personas que acabábamos de conocer. Nada de esto tenía sentido para mí. ¡Deseaba saber todo acerca de esa nueva persona y quería que ella supiera todo sobre mí! Mas no era así. Las reglas decían que teníamos que esperar.
Ahora en mi vida adulta, cuando llegó la sexualidad, he aprendido que las reglas son incluso más rígidas y limitantes. Aún no lo comprendo.
Descubrí que sólo deseo amar y ser amado, que sólo deseo amar a todos de la manera que me parezca natural y de la forma que me agrade. No obstante, la sociedad tiene sus reglas y sus reglamentos sobre todo esto y, son tan rígidos, que incluso si la otra persona involucrada esta de acuerdo con tener una experiencia, si la sociedad no está de acuerdo, a esos dos amantes se les llama “malos” y están predestinados al fracaso.

Neale Donald Walsch.

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